33 d. C.

Según sus cuatros biógrafos oficiales y la fe de veinte siglos de devotos creyentes, Yeshua nin Maryam, ahora más conocido como Jesucristo, era el hijo de Dios nacido de una virgen judía, realizaba milagros y murió en la cruz para redimir a la humanidad. Esta creencia está tan profundamente enraizada en las culturas occidentales que puede chocarnos que, tras su muerte, multitud de romanos interpretan a Jesús de una manera diferente: como un mago.

La literatura judía del siglo I le llama Jesús Ben Pantera, el hijo ilegítimo de un soldado romano y una mujer judía, que fue a Egipto como trabajador inmigrante, aprendió magia allí y atrajo a una serie de seguidores tras su retorno a Judea. Una historia idéntica aparece en los fragmentos supervivientes de la obra del filósofo pagano Celso Contra los cristianos. Muchos de los primeros cristianos mencionaron diversas versiones de esta creencia, ya que era uno de los principales argumentos contra los que tenían que luchar.

Otros magos aparentemente compartían la misma opinión; el nombre de Jesús aparece temprano y a menudo en amuletos y libros de encantamientos como un sortilegio para invocar espíritus, y dos de las tres representaciones más antiguas de la crucifixión están en amuletos mágicos, rodeados de misteriosos hechizos.

Esta narración (que Jesús de Nazaret era un brujo judío cuyos seguidores le redefinieron como un dios tras su muerte) fue algo con lo que tuvo que luchar el recién nacido cristianismo. De hecho, esta creencia seguramente jugó un papel importante en el miedo y odio con que el cristianismo dominante ha visto al ocultismo desde entonces.


Véase también:


Autor: John Michael Greer © El Ocultismo.

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